domingo, 23 de marzo de 2014

Mujer Durkheim

¡Qué hermosa esta noche, que estoy durmiendo con vos!
Y te encuentro a mi lado.
Sos una sombra casi cotidiana en mi estructura liberal, una flor en este cemento.
Tus dudas y tu perfume nos unen. Esta cadena, con eslabones enigmáticos, tiene vida propia y te lleva hacia mi certeza.
Y tras largas horas, la cruz de tu silencio lee unas páginas mías.
Puedo ver tu cuerpo en las alas de mi mariposa azul.
Inconscientemente comienzo a acariciarte y tu piel va adquiriendo distintos colores, paseándose por las brisas del arco iris, hasta llegar al negro, donde veo cómo te abrazas a la noche y a mi ilusión.
Después comenzamos a volar y te amo en una nube. Te beso y comprendo que esto es lo que me moja, porque lo demás es pura lluvia.
Pude conocer al Dios de la imaginación y me desnudé entre tus dedos, así observé cómo aterrizabas en mi corazón; te dormiste en él, y tus sueños estremecieron mi alma surgiendo así, formas indómitas de amor.
La noche se estaba despertando, pero la cama estaba vacía. No podíamos encontrar nuestros cuerpos.
Tu deseo y el mío, salieron a caminar. Decidieron buscar el sol para aplacar la lluvia, esta lluvia que siente celos de tu belleza, esta galerna que busca inundar mis ojos; pero lo único que logró fue llenar mi estanque con besos y caricias que tengo para darte.
Fue naciendo otra vez el día y nuestras almas se reconocieron en el arroyo de nuestras nervaduras.
Poco a poco tu piel fue tomando forma, y lentamente, me iba llenando de luz.
Ya es de día, y te veo dormir, y beso tu espalda y tu cuello.
Estoy tratando de evitar que el gran cielo de sedas y ternuras que guardo para vos, no te asuste. Y si esto llegara a pasar, armaré una red con miradas que me harán corregir el camino. Pero por ahora no...
Sólo quiero seguir durmiendo con vos.


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